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poesía / poetry
LUIS ANTONIO DE VILLENA.
LUJURIAS Y APOCALIPSIS
VISOR, 2022
102 PÁGINAS.
POESÍA, poesía española, Spanish Poetry
Radical en un clásico virtuosismo, la obra poética de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) es coherente y fiel a unos temas que, sin embargo, van ampliándose e impregnándose de nuevos matices según pasan los años, según cambian las vivencias, según llega la odiosa senectud.
La tentación ficcional, de convertir al autor en personaje, es característica de su obra narrativa (el soberbio libro En el invierno romano, en Chicos o Madrid ha muerto) pero igualmente en su obra lírica donde el yo se llena de adherencias culturales, de modos de ser y a su vez deseos cumplidos o incumplidos. Siempre recuerdo el poema “La vida escandalosa de Luis Antonio de Villena” como uno de los ejemplos señeros de esa poesía autobiográfica distanciada, con las limitaciones que esta terminología tiene.
Decía Umberto Eco (Lector in Fabula) que el texto es “una máquina perezosa que exige del lector un arduo trabajo cooperativo”. En Lujurias y apocalipsis hay algunos poemas que remiten a la memoria personal, a las lujurias íntimas, aunque la mayor parte de los textos invitan al lector a ese pacto cómplice y dificultoso de integrarse en historias no pasadas, no vividas, en toda una sucesión de pequeños apocalipsis que toman a veces la forma de semblanzas, de recreaciones e incluso de ucronías (hechos posibles pero que no han sucedido realmente). En este sentido, y aunque es coherente con su trayectoria anterior, me parece que Lujurias y apocalipsis lejos de ser una continuación de temas y posibilidades ya exploradas en otros libros, constituye un espléndido recinto arqueológico en el que toman voz muchas vidas pasadas a las que el autor actualiza y ficcionaliza a su antojo. Veamos el comienzo y cierre de este libro: “Emmy Hennings: un crepúsculo” y “Don Juan Manuel viaja a Nishapur”. Gusta mucho Villena de la conversación en los poemas, del diálogo inventado y encuentra en la conocida poetisa del Cabaret Voltaire, fallecida en 1948, unos años después del segundo gran apocalipsis del siglo, una interlocutora ideal para la línea argumental del poemario: “Somos cenizas en vientos salvajes”. Más fantasioso pero no menos sugerente es el largo texto, casi un poema en prosa, dedicado al autor del Conde Lucanor a quien Villena pone rumbo a oriente, quizá como destino imposible de la vida, como metáfora máxima de lo que hemos venido a hacer y nunca llegaremos a alcanzar. Hay en este poema, como en todo el libro, momentos bellísimos: “Pues es en la vejez, en estos oscuros callejones de senectud, cuando se da y emprende, con buena loriga, la gran, honda aventura” (página 94).
Tiende, en efecto, Luis Antonio de Villena al verso largo, al poema en prosa, que es más proclive, como sabía Rubén Darío, al ritmo lento y a la melancolía. Algunos de los textos son en lo formal herederos de los Cantos de Pound en cuanto a su riqueza acentual o la perfección en los encabalgamientos, a veces imposibles: “con las amarillentas / hojas de los libros casi retorcidas por salitre y humedad. Volviendo / a leer su primer libro (…)” (en el poema dedicado a Eliseo Diego). Y tiende inevitablemente al juego de los tiempos verbales, a la superposición de momentos y espacios que van fundiéndose con una majestuosidad conmovedora: “Yo fui y no soy el infelice palabrador Cetina”; Casanova lamentándose como Quevedo en “soy un fue, un será y un es cansado”, la nostalgia esplendorosa de Tánger: “y la sensación de que nunca moriré del todo, porque fui feliz allí”.
En este apocalipsis quedan las cenizas de la fiesta, de la lujuria, de la alta cultura. No es la indefinición de Cavafis frente a los bárbaros, porque estos ya están aquí. Es un mundo perdido sobre el que Villena se relame nostálgico tomando como guías a sus alter ego, a sus semejantes. “El mundo es miserable y pútrido”, un fin de imperio, un eclipse de la belleza conocida. ¿Sabremos sobrevivir sin ese brillo? ¿Será verdad, Luis Antonio de Villena, que ya están aquí los bárbaros? Y cierto es que será terrible la caída pero quedará este libro para gozar de lo perdido.
David Ferrer. / davidferrer@arboladura.es
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No las llanuras de España. Cielos verdosos de Sevilla
al alba, con vihuelas. No. Soy de los largos días de
Italia. Sus guerras, su lujo, el tafetán, pebeteros de sándalo...
Solo e pensoso... Mia cara Cinthia. El olor de las sábanas
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¿Qué hago aquí? Este rumbo de volcanes y cactus
no es mío, aunque tan inmenso. Dulcemente futuro.
Todo moribundo es pasado y el ser solo halla sentido
en lo sido. Me abismo en el gigante oleaje. Extraño,
lejos. Yo fui y no soy el infelice palabrador Cetina.
LUIS ANTONIO DE VILLENA, Lujurias y apocalipsis.
ÁNGELA ÁLVAREZ SÁEZ
LOS RITOS FAMILIARES
LASTURA EDICIONES, 2022
67 PÁGINAS.
POESÍA, poesía española, Spanish Poetry
No es fácil rendirse a un libro de poemas que tiene como temas fundamentales la maternidad y los hilos ocultos que sujetan las diferentes generaciones. Quizá la primera razón podría ser editorial: hay un abuso actual en las mesas de novedades editoriales en cuanto libros sobre la maternidad y del cuerpo femenino en las novedades editoriales: Asteroide, por ejemplo, acaba de publicar Un trabajo para toda la vida de la británica Rachel Cusk. La relación con los padres es igualmente un tópico actual que se traduce bien en una forma de vendetta como en el celebrado libro de María Negroni, bien de forma compasiva como en el de Ana Iris Simón. Por otro lado, hay siempre algo incómodo para un lector en la contemplación sin pudores de la intimidad, y no obviemos que un libro como este, el de Ángela Álvarez Sáez, Los ritos familiares, empieza con el verso “Mamá y papá se casaron jóvenes”.
Si el lector de esta reseña o posología pasa de mi primer párrafo al segundo, debo advertirle del lado gozoso que procede: no, no es un libro como los que pueblan las mesas de novedades. Así que no debemos prejuzgar ni valorar por esa premisa inicial puesto que este poemario es mucho más valiente, ya que nos pone frente a una sucesión de imágenes de los padres, un diálogo imposible en el tiempo: “Y la sombra reptó / como un lagarto / por nuestros vientres”. No nos asustemos: imágenes tan logradas como esta, símiles sin tabú pueblan este libro en una presentación formal a la que el lector termina acostumbrándose: poemas muy largos, de verso corto, de interpelaciones interiores a los que nadie responde (“Mamá / te fuiste haciendo mayor”) y una estructura tripartita muy equilibrada por la que se evoluciona no solo en el tiempo sino también que se amplía el concepto de familia, como tratando de mantener firmes e irrompibles los hilos generacionales.
Las hijas que se hacen madres. Las madres que no viven en el tiempo de sus madres es el tema más interesante que se aborda atinadamente en la segunda parte, sin obviar la ironía ni la crítica del momento: “Con padres eufóricos que suben / fotos de sus recién nacidos a Facebook. / Hijos criados en guarderías / conectadas venticuatro horas”. El cambio generacional es evidente, pero no por ello es menos ardua la tarea de ser padre o de ser madre sino que se va poblando de nuevos temores, de problemas no resueltos: “Os he gestado / en los pliegues de la placenta / Os he acunado de noche. / ¿Qué tengo que ofreceros?”. Las dudas son inmensas, como inquietantes son las preguntas que van sucediéndose en el poemario, las imágenes de una tierra baldía, las comparaciones con una naturaleza desértica, las peticiones y los ruegos.
El problema existencial, de vacío, que plantea este poemario ya es de por sí complejo pero su autora, que tiene una amplísima obra poética, reconocida por numerosos premios, no se queda en la torpeza de un efímero muro de lamentaciones maternales, como esos a los que nos está acostumbrando el momento editorial y las columnistas de ciertos medios. Por fortuna. La creación vital sin aprendizajes ni ayudas que supone la llegada de los hijos, va imbricándose poco a poco con la poética. La vida es lo que va construyéndose, de manera lenta y torpe, al mismo tiempo que van creciendo los poemas, ejercicio también pleno de dudas y lamentos. Sylvia Plath dijo en Ariel que “la perfección es terrible: ella no puede tener niños”: pero Ángela Álvarez no va en la línea de la autora angloamericana sino que siempre encuentra resquicios para equilibrar los momentos de duda: “Tus poemas crecen fuera del jardín / como lirios hermosísimos / con olor a semen. / Nosotras hemos inventado el cuento. / Tú has venido con el poemas/ y has transformado su sentido” (página 44).
Toda creación es un acto de puro amor, pero también de egoísmo, de inmadurez, de pesadumbre. Así en la vida como en la poesía, si es que esta no es muchas veces algo más profundo y nos explica mejor la propia existencia. Los ritos familiares no es un libro crudo ni obsceno, por mucho que alguna de sus imágenes puedan parecer chocantes. El carácter dialogado del texto, su perfecta imbricación en la estructura en tres partes hace de él una de las mejores muestras de esa otra poesía que no siempre tiene cabida en las antologías y suplementos. Un libro certero, de felicidad tras la tormenta.
David Ferrer. / davidferrer@arboladura.es
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